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Nuestros hijos e hijas nacen sin saber que está bien o que está mal, como deben actuar en cada situación. Somos nosotros sus progenitores, los que nos debemos encargar de que aprendan esta lección tan importante para poder vivir en sociedad.
Las normas son las reglas que les guían y les ayudan a decidir que comportamientos son adecuados. A través de ellas, les transmitimos nuestros valores, como entendemos la vida. Ajustarán su comportamiento en función de las respuestas que reciban o de las consecuencias que tengan sus actos.
Los límites son las restricciones que ponemos las personas adultas. Son imprescindibles para su desarrollo y evolución, ya que les aportan seguridad y protección.
Cuando les decimos ‘no’ en algunas situaciones, les estamos provocando pequeñas decepciones, para que poco a poco puedan renunciar a ciertos deseos o sepan aceptar los fallos y las frustraciones que se van a encontrar en la vida cotidiana. Así aprenderán a encajarlas, podrán reaccionar ante ellas y su autoestima no se verá afectada de forma negativa.
Cuando se vayan haciendo mayores, podrán participar de las modificaciones que se deben ir dando en las normas y límites familiares. Esta etapa de negociación les ayuda a considerarse parte activa de la dinámica familiar, les hace ser más responsables en el cumplimiento de las mismas, se elabora el porque de hacer las cosas de una manera determinada y encuentran el sentido de las mismas.
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